Él tenía el corazón roto. Se había resignado al amor, creía que no lo necesitaba, que el amor de su hijo era suficiente. Ella cambiaría su forma de pensar.
Trabajaba día y noche pensando en su niño, y en que no le faltara nada nunca. Por eso, y por el deseo de disfrutar con él el poco tiempo que le permitían, había descuidado su vida sentimental hasta el punto de volverse un poco ermitaño.
Love Actually, 2003
El amor es todo, y lo contrario. El amor cura, pero también mata. Inspira, y llena de rencor. Tranquiliza, y vuelve loco. Da fuerza, y hace empequeñecer. Pero la ilusión que sentimos cuando vemos a esa persona no es comparable con nada. Ni con la tranquilidad al hacer las cosas bien, ni con la emoción del que estrena coche, casa o empleo, ni con la que se siente cuando gana tu equipo el mundial... Es, sencillamente, incomparable.
Esa ilusión que creía perdida apareció una noche en la puerta del bar de copas donde trabajaba. Él, reticente a más no poder a abrir su corazoncito no sabía lo que empezó tras darle el teléfono a esa chica alocada que vestía con pantalones ajustados y zapatillas negras... Y de hecho aún no lo sabe...
Sus ojos profundos le devolvieron esa luz, esa fuerza que creía que había perdido. Él, que había dejado de creer en ese sentimiento que lo puede todo y al que llaman amor...