jueves, 28 de agosto de 2014

Las relaciones (II)



No quiero dejar de escribir, es mi único desahogo. No quiero dormir, no quiero soñar. Siento que me persiguen mis miedos, tan arraigados en mí que ya forman parte de mi personalidad. Existe una palabra para definir como me siento: indigna. De alguien que me quiera, por eso me comporto así, dinamitando cualquier relación con alguien, porque siento que no lo merezco.

Quizá el error es intentar cambiar a las personas. Cada uno tenemos nuestras costumbres, más o menos arraigadas. Respetar el espacio de cada uno es clave para que no muera el amor. Él es feliz así, y seguirá siéndolo aún cuando yo me haya ido. 

Cada persona vive las relaciones a su manera. Para algunos es una salida, un alivio de su día a día. Para otros, es mucho más. Construir algo, formar parte de ese algo.

Hablar. De todo y de nada. Cosas que creía olvidadas, que se habían oxidado en mi memoria y cosas que jamás pensé contar a nadie por vergüenza, miedo o qué sé yo. Eso quiero.


jueves, 21 de agosto de 2014

Cuando menos te lo esperas (II)



Casablanca, 1942


Ella. Desencantada. Superviviente. Desorientada. Saltando de un trabajo a otro... En ese punto clave en el que, o te enderezas, o te pierdes por completo. En el momento en el que empieza la historia, ella dudaba de todo en lo que creía y lo que quería.

No es tan fácil vivir detrás del muro. Es verdad que no te dañan, no les das la oportunidad. No permaneces en el mismo lugar mucho tiempo, como un pájaro guiado por el viento. La palabra perfecta para definir esta sensación es bloqueo. Quizá sabes de lo que te hablo.

A veces sales por la noche a buscar algo. Estás soltera, y piensas, ¿Por qué no?. Te vistes con tu último trapo y sales con esa actitud de estrella de cine. A comerme el mundo, piensas. Otras veces sales sin más aspiración que tomarte algo con una amiga (dicen que así comienzan las mejores noches). Quizá tus pensamientos los ocupa otra persona. O quizá no.

No se en que momento se encontraba, dudo que ella misma lo supiera. También dicen que para ligar no hay nada como pretender no hacerlo... Y en este caso fué así.

Ella miraba sin ver, pero cuando le vió a él no pudo evitar detenerse: era diferente

Todo sucede por algo.

Él, nervioso. Ella, con muchas ganas de abrirse y querer, pero había olvidado como hacerlo. Él, tímido. Ella, enamorándose de su forma de amar.

martes, 19 de agosto de 2014

Cuando menos te lo esperas (I)

Él tenía el corazón roto. Se había resignado al amor, creía que no lo necesitaba, que el amor de su hijo era suficiente. Ella cambiaría su forma de pensar.
Trabajaba día y noche pensando en su niño, y en que no le faltara nada nunca. Por eso, y por el deseo de disfrutar con él el poco tiempo que le permitían, había descuidado su vida sentimental hasta el punto de volverse un poco ermitaño.

Love Actually, 2003

El amor es todo, y lo contrario. El amor cura, pero también mata. Inspira, y llena de rencor. Tranquiliza, y vuelve loco. Da fuerza, y hace empequeñecer. Pero la ilusión que sentimos cuando vemos a esa persona no es comparable con nada. Ni con la tranquilidad al hacer las cosas bien, ni con la emoción del que estrena coche, casa o empleo, ni con la que se siente cuando gana tu equipo el mundial... Es, sencillamente, incomparable.


Esa ilusión que creía perdida apareció una noche en la puerta del bar de copas donde trabajaba. Él, reticente a más no poder a abrir su corazoncito no sabía lo que empezó tras darle el teléfono a esa chica alocada que vestía con pantalones ajustados y zapatillas negras... Y de hecho aún no lo sabe...



Sus ojos profundos le devolvieron esa luz, esa fuerza que creía que había perdido. Él, que había dejado de creer en ese sentimiento que lo puede todo y al que llaman amor...


lunes, 18 de agosto de 2014

La cena

Él había sido mi segundo amor. Y ahora, ocho años después, ahí estábamos, hablado de todo y de nada. En pocas horas abordamos temas como el futuro, las relaciones y algunas anécdotas, saltando de uno a otro como dos saltamontes. Todo ello teñido de ese humor negro tan difícil de encontrar y que tanto me gusta. Pese a los años seguíamos en contacto, aunque tengo que reconocer que ya no soy la misma chica que era, para bien y para mal. Vivimos deprisa nuestros dieciocho, diecinueve, veinte... Y hasta ahora, él era mi mejor amigo.

Estaba más fuerte, sus hombros y espalda eran más grandes, y aunque su risa era la de siempre, él tenía un halo hasta ahora desconocido para mí -pensaba, mientras le observaba comer-. Después de todo, hasta cierta edad se va a mejor. Luego ya todo es cuesta abajo.

En mitad de la cena noté que no era yo, él también estaba distinto. Éramos dos desconocidos que ya sólo tenían un pasado en común. Los temas pronto se acabaron y la conversación decayó considerablemente. Ahora los espaguetis que teníamos delante eran nuestro alimento en ambos sentidos. Después de tanto... Ya no quedaba nada.




La cena de los idiotas, 1998

lunes, 11 de agosto de 2014

Perderse

Agosto, Madrid. El centro de la ciudad estaba desértico, raro, hasta tétrico. Le gustaba salir a la calle, lejos de miradas indiscretas, para pensar en silencio sobre lo que la torturaba. Él siempre había estado ahí, incluso cuando no estaba. En sus mejores y peores momentos, nunca había dejado de acompañarla.

Figuradamente, por supuesto. Muchos días, pensó en llamarle, pero desechó la idea rápidamente. Él, tan seguro de sí mismo, tan agudo, tan popular. Tan él que la hacía enmudecer. Era un amor envenenado, ella sabía que no podía tenerle, y aún así, no dejaba de soñarle.

Lo curioso de todo es, que cada vez que le creía olvidado, la vida había precipitado su encuentro. Quizá nacimos para estar  juntos, pensaba ella para sí mientras recorría el solitario parque. O quizá no. Siempre me empeño en lo que no puede ser, sin remedio. Soy una ingenua. Seguramente esté por ahí con otra chica. Ha sido una bobada, él no piensa en mi. Ella sigue sin hacer esa llamada. Mientras, en un ático, él se asfixia solo, mientras piensa en ella. Pero un poco de orgullo, bastante miedo y una pizca de pereza hacen que no coja el teléfono.


Cinema Paradiso, 1988

martes, 5 de agosto de 2014

Tú y yo

He cometido muchos errores en mi vida. Y sé que me quedan muchos más aún. Ya me he equivocado con gente que me importaba y he apartado de mi vida a personas que luego he extrañado por este error mío que es el orgullo.

Me encanta cómo me miras. Cuando buscas el contacto conmigo, en la cama, acariciándome el brazo o la pierna o cuando me miras hasta que te miro. Porque sí, sin tener que decir nada.

Esa calma que siento cuando estoy cerca de ti, ese estar en casa, esas miradas en el coche de complicidad. Aunque se me da bien disimular tengo la edad que tengo y en algunas ocasiones todo esto me vendrá grande... pero me gustas, y estoy muy orgullosa de poder decir que el pasado está ahí, en el pasado. Y que voy a luchar por ti.

Es como si ya nos conociéramos...



El Palmar, Cádiz. 2014.

lunes, 4 de agosto de 2014

Conocidos

El tiempo de más que nos brindan las vacaciones y que aprovechamos con nuestros seres queridos puede ser letal. Los silencios (sí, esos que te hacen sentir incómodo), revelan lo que ya sospechaba: pese a ser animales sociales es casi imposible la conexión total con otro ser humano.

Una vez una conocida me dijo lo siguiente: hay amigos ocasionales, con lo que te tomas una cerveza cada cierto tiempo. Y no tiene por qué estar mal. A veces las personas no te dan más porque no pueden, y eso no es reprochable. En el fondo, lo sé. 

Otras veces he sido yo la que me he alejado, y aunque quizá me he arrepentido, sé que era lo mejor. Lo mismo pasa con algunas relaciones, están y no están en tu vida. Y no creo que sea por falta de ganas, sino más bien por el momento en el que se encuentren ellos y en el que te encuentres tú. Y eso tampoco es reprochable.



Verano 2014, Cádiz