lunes, 24 de noviembre de 2014

Reflexiones

Hay momentos en la vida en los que no tienes ninguna certeza. No crees en nada ni en nadie. La línea que separa lo bueno y lo malo es tan fina, que dudas hasta de ti y de tus principios. Sabes que existes porque puedes verte y tocarte. Lo demás es volátil, temporal. Las personas vienen y van, las grandes lecciones de la vida se aprenden en solitario.

Y cuando esta sensación amarga me invade no puedo evitar ponerme triste. Todo es temporal, y no se puede retener a nadie contra su voluntad. El amor no se puede guardar en un bote de cristal. Es por eso que dicen que cuando amas a alguien debes dejarlo ir, si te quiere volverá.

Si algo he aprendido en estos últimos años, es a no tener miedo a equivocarme. Equivocarse es el paso previo para lograr algo. Estoy tranquila porque, hasta mis peores decisiones, me llevaron a lo que con el tiempo he reconocido como mis mayores logros. También lo estoy porque la razón que me impulsó a cometerlos fue el amor, lo único de verdad. Y, aunque en ocasiones no dura para siempre, nos mantiene y nos da ese empujón que necesitamos.


Hoy comparto con vosotros una historia preciosa sobre la vida. Espero que os haga reflexionar.


¿BUENO? ¿MALO? ¡QUIÉN SABE!

Un anciano vivía en un verde valle con su hijo,un joven apuesto y respetuoso. Pese a la falta de posesiones materiales, vivían una vida idílica y eran felices. Tanto que despertaron sentimientos de envidia entre sus vecinos.
El anciano gastó prácticamente todos sus ahorros en comprar un caballo joven sin domar. Era una hermosa criatura y pensaba utilizarlo para la cría. La misma noche en que lo compró, saltó por encima de la cerca y desapareció. Los vecinos acudieron y los compadecieron. -¡Que terrible!- dijeron. -¿Bueno?¿Malo?¡Quién sabe! -respondió el anciano.
Diez días después el caballo volvió. Venía acompañado de media docena de caballos salvajes y el viejo logró hacer que entraran en su cercado, que había arreglado para que no pudiesen escapar de él. -¡Que buena suerte! -Dijeron los vecinos. -¿Bueno?¿Malo?¡Quién sabe!.
Su hijo empezó a adiestrar a los caballos. Uno de ellos lo tiró al suelo y le pisoteó la pierna, que sanó torcida y lo dejó con una cojera permanente.
-¡Que mala suerte! -dijeron sus vecinos. -¿Bueno?¿Malo?¡Quién sabe!-.
Al verano siguiente, el rey declaró la guerra. Destacamentos de leva llegaron al pueblo y se llevaron a todos los jóvenes como soldados. El hijo del anciano se libró debido a su pierna lisiada. -Tienes suerte de verdad -exclamaron los vecinos mientras lamentaban sus propias pérdidas. -¿Bueno?¿Malo?¡Quién sabe! ...

Abriendo Puertas. Srikumar Rao



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