martes, 3 de agosto de 2021

La plaza

Voy empapándome de éstas mis calles, saboreando cada esquina. Mientras camino los bares me saludan e invitan a entrar, con ese hedor característico y único, como de cerveza putrefacta que ha quedado en las esquinas, ese olor pegajoso y húmedo que de buena mañana repele y al que te vas acostumbrando conforme pasan las horas. También huele a comida de todas partes del mundo, desde un Kebab a una Gyozas, y, de la Iglesia que está en la misma plaza, emana esa mezcla de aromas tan envolvente: a antiguo, a decadencia, a sitio seguro.

En los bancos de la plaza, ancianos e indigentes observan a los jóvenes que ocupan las mesas de la terraza de un bar. Ni una pizca de resignación, pues tienen su lata de cerveza en mano (ellos) y ellas observan, en silencio y con atención. Algunas llevan bata y zapatillas de estar por casa.

Los jóvenes, ocupados en sentir, sin pararse a reflexionar ni un mínimo. En una especie de limbo entre una jornada laboral y otra, entre una escapada y la siguiente. Con ganas de emborracharse rápidamente, para no hacerse preguntas.

Los ancianos, por su parte, ensimismados, y saboreando su lata como a los últimos coletazos de su vida, con la sensación agridulce del que sabe que le queda poco.


Madrid, y sus preciosas calles.


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