Las hojas eran como un manto que llenaba la calle, y la luz desapareció rápidamente, dejando mayor protagonismo a los faros de los coches y a los semáforos.
Respiré, sin más preocupación de no resbalarme con las hojas, y disfrutando del sonido de la lluvia. En ese momento no existía nada más que yo, dejé de lado los problemas y me sumergí en un estado de calma y sosiego y no pensé más que en el momento presente.
Y me acordé de aquellos veranos en el campo, cuando me sentaba en la puerta de casa y veía llover. Las lluvias de verano y el olor a tierra mojada me hacen sentir viva, parte de algo, feliz.
Cantando bajo la lluvia, 1952
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