jueves, 13 de noviembre de 2014

Placeres mundanos



Tyler Durden nos ofrece en El Club de la lucha (David Fincher, 1999) una alternativa al mundo consumista que domina nuestros días. Hoy me apetece reflexionar sobre una de las frases (sin duda la más famosa) de la película: La publicidad nos hace desear coches y ropa, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seriamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos y poco a poco lo entendemos, lo que hace que estemos muy cabreados.

Para sentirte completo, te dirán, necesitas comprar ropa de forma regular. Seguir unas tendencias marcadas por las grandes firmas en reuniones secretas en algún hotel de Dubai, Nueva York o París y donde se decide lo que vestiremos el próximo otoño. Ir a Ikea a comprar la nueva alfombrilla para el baño (que no necesitas), tomar café en el Starbucks y hablar sobre las próximas vacaciones. La publicidad nos crea necesidades y nos promete plenitud, integridad, realización, y lo hace a través de nuestros más profundos anhelos: ser aceptado, querido, respetado, admirado por tus semejantes.

Muchas son las opciones que nos ofrece la sociedad de hoy para evadirnos, aunque sea por un rato, de la sensación de vacío, de desesperanza, de infelicidad que nos inunda por dentro, y que no sabemos cómo llenar. No es odio, ni resentimiento: es un último aliento antes de asumir lo que soy y lo que hemos venido a hacer aquí. Lo miserable de la raza humana.



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