miércoles, 8 de abril de 2015

La fórmula de la felicidad

Yo, 1993


Hubo un tiempo en que pensaba que la felicidad era un mito, un rumor, una leyenda urbana. Durante años hice caso a los anuncios de la tele, convencida de que lo material calmaría mis más profundos anhelos. El ocio, los excesos y el sexo son otras opciones que también he desechado. Ni la comida ni la bebida calman esa insatisfacción que apenas me deja comer o dormir.

Es difícil romper con los convencionalismos, no somos conscientes de lo inmersos que estamos en la burbuja del consumismo constante y la infelicidad permanente. Yo no tengo la receta infalible, ni la estabilidad necesaria. Pero he descubierto que esperar el momento perfecto es desperdiciar millones de instantes imperfectos pero jodidamente felices. 

Aceptar lo inevitable. Cuando aceptas que hay cosas que, simplemente no pueden ser, el alivio que experimenta el cuerpo es brutal. Disfrutar de lo cotidiano. De cualquier cosa que nos regale la vida hoy (un día más aquí ya es el mejor regalo). Dejar de preocuparnos por lo que no es realmente importante. A veces nuestro mayor enemigo somos nosotros mismos. Tenemos que evitar fustigarnos por lo que ya pasó y no tiene arreglo. Y sobre todo, sentirnos dignos de esa felicidad que tanto ansiamos.

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