Las calles, aún llenas de gente que aprovecha el tiempo otoñal, amortiguan el sonido de las miles de conversaciones que escuchan a diario y de las que son testigo, sin quererlo. La marea de personas disminuye alrededor de medianoche, cuando el relevo lo cogen estudiantes y trabajadores.
Se puede decir que esas calles me han visto crecer. Hace mucho perdí la cuenta de las veces que salí de casa sin rumbo, y bajé la calle Fuencarral desde Bilbao hasta Gran Vía. Noche y día, con frío, lluvia, y también con mucho calor.
Pues resulta que llevaba tiempo sin perderme por estas calles y, cuando el otro día lo hice, me vi en los escaparates como la niña que solía ser; lo feliz que he sido y los momentos que he pasado. Ahora, muchos años más tarde, mi lugar y acompañante favorito son cualquier bar de la zona y tú.
Viena Capellanes, un siglo de historia (Fuencarral 122, Madrid)
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